En verano salíamos a pasear a Wagner de 19 a 20, más o menos. Ni la luz ni la temperatura eran un problema. Hace menos de 2 horas que he tomado estas fotos. No se aprecia la luz ambiente: en realidad era más oscuro, y es que ahora hay que salir a las 17.30 para que no te pille la oscuridad a medio paseo, porque a las siete ya es de noche. Como ahora vamos en bici no es tan fácil controlar dónde está Wagner, ya que la idea es QUE CORRA, y aunque tenemos un collar con luces (pobret) de momento no se lo hemos puesto. Si fuera blanco sería más fácil, pero no, es un camaleón, a veces cuesta verlo aunque lo tengas delante, de verdad. Hay que añadir que la luz de la bici se rompió y tengo que arreglarla, y además (aunque eso no influye en la visibilidad) hay que hacer algo con los frenos, que por el momento dejan bastante que desear. Nota mental: arreglar la luz, arreglar/cambiar los frenos y comprarse algo reflectante o tendremos un disgusto.
Tampoco se aprecia, pero en un día como hoy, por la tarde hay una neblina de humedad que lo cubre todo de gris, teñido por los colores cálidos de las hojas (una rica gama que va del amarillo al rojo). El aire no es demasiado frío y la luz es.... ¿rosa? Es extraño, y envidio el olfato de un perro, que seguro que puede distinguir a qué huelen las hojas mojadas o un árbol húmedo.
La verdad es que es un espectáculo pasear por el Englischer Garten en esta época, y es que, siendo algo vivo, cambia constantemente: la hierba sube y baja, las hojas cambian de color y caen de los árboles; las ramas, que hace un par de meses eran frondosas y verdes, ahora se ven de mil colores y cada vez más oscuras y esquemáticas. Uno no se cansa de pasar siempre por el mismo sitio porque A) hay miles de senderos que tomar y B) parecen diferentes aunque sean los mismos.
A ello se le suma que hay mucha menos gente pululando por el parque, haciendo que uno se sienta solo en medio de tanta belleza... y tanto silencio. Y eso no se paga con dinero.
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